martes, enero 03, 2006

MI VANGUARDIA (2)


Bruno Marcos

Pudiera parecer a alguien que invento o exagero al narrar sucesos de nuestros modernos contemporáneos pero, para despejar dudas, contemplen la imagen adjunta. Abro antesdeayer mi buzón, un poco atestado por los días de fiesta, y encuentro una postal sencilla, con unos cuantos datos de la exposición que va a inaugurar el sputnik, es decir mi antigua galería. Todo bien hasta que doy la vuelta a dicha postal y aparece lo que ustedes ven. Doy una carcajada que retumba en el portal y meto la tarjeta en el abrigo. Durante toda la noche voy enseñándosela a varios amigos en el mismo orden en el que yo la vi. Soy castigado por los dioses y algunos piensan que se trata de una obra mía, o de un autorretrato, y me recomiendan usar determinadas cremas. En fin...
El sputnik se salió de órbita hace ya algo así como cinco años. Recuerdo que nos reuníamos -toda una generación de artistas jóvenes locales- en un café de la calle ancha para ultimar los detalles de una exposición en la que al organizador, el Comisario, se le había ocurrido que trabajásemos manipulando, entre nuestra cacharrería postmoderna, obras arqueológicas salidas del propio museo antiguo de la ciudad. A la salida me quedé charlando con el Comisario. Resulta que esa misma tarde acontecía un evento que producían él y el sputnik con un músico aborigen. En esta idea pondrían en realidad los sueños de un pastor de ovejas que elucubró hacer un concierto colocando a cada animal un cencerro distinto.
A mí me habían contado que la mera nota de prensa enviada a los medios había estallado a nivel nacional y que el mismísimo Iñaqui Gabilondo había llamado para informarse del tema. Lo mejor -o lo peor- es que el progama televisivo Crónicas Marcianas, el sancta sactorum de la época, había enviado a Cárdenas a grabarlo.
-Mira que ese Cárdenas es de lo peor- le dije al Comisario-, que si viene no es lo mismo que si viene Metrópolis o el telediario de la 2, que ese se dedica a descubrir a los tontos del pueblo por toda España.
-Está controlado -me contestó-, se ha hablado con ellos y se les ha dicho que si vienen es de buenas... con seriedad.
Lo cierto es que dudé bastante antes de decidirme a salir al campo a ver aquello, y más con la fotísima lluvia que arreció inexplicablemente en el principio de ese otoño.
Al final fleté el coche con cinco entusiastas que me animaron. Paró la lluvia. Dejamos los coches y caminamos más de un kilómetro sobre el lodo. Los zapatos se iban llenando de barro que se colocaba alrededor de cada pie hasta que su propio peso hacía que se cayese al suelo. Todo empezaba a ser extraño. Había ciegos con sus bastones, niños, gente que no era del mundillo del arte, realmente mucha gente. Llegamos al punto. Al fondo un automóvil medio volcado en una zanja y al lado, contrastado sobre el verde de la pradera, de traje y con el micrófono en la mano, Cárdenas. Nadie se acercaba a él y él hacía amagos para entrevistar a la gente.
En eso comenzó el evento. Sobre una loma verde a la izquierda de nosotros aparecieron las cabezas de unas doscientas o trescientas ovejas y el pastor con un gabán verde oscuro. En ese mismo instante se desató una galerna de mil demonios: agua, viento y más agua y más viento. Abrí el paraguas y Chuchi Marciano, como un generoso amigo espontáneo, apareció a mi lado para hurtarme un poco de refugio. Le hice parar para que mirásemos, no a las ovejas, sino al público. Como si de una catástrofe en toda regla se tratara contemplamos a la gente desperdigarse en todas direcciones. Muchas personas no iban hacia el pueblo ni seguían la procesión de ovejas músicas sino que se alejaban, campo a través, hacia la nada, por los prados. En un momento dado dos mujeres, sin ninguna protección bajo el diluvio, se chocaron cambiando su dirección sin importarlas su destino. Todavía siento escalofríos al visualizarlo y pienso que alguien moriría perdido y ahogado por esos campos.
Los que quedábamos nos apiñamos. Faltaba más de un kilómetro para llegar a un pueblo habitado. Nadie miraba a las ovejas ni nada se oía de su música. El viento soplaba en contra y se llevaba la música del azar transformada en arte contemporáneo de la nada a la nada.
Al llegar al bar del pueblo era tal el fracaso que ni se comentaba. El único espectáculo había sido el de la naturaleza desatada contra el arte contemporáneo. La experiencia de estar tan desprotegidos ante los elementos era una alegoría de las nuevas órbitas en las que había comenzado a gravitar el sputnik, esas donde los navegantes fueron, poco a poco, abandonando la nave.
Ante la avalancha se agotaron los cafés. Alguien me comentó: “Bueno nosotros no lo hemos vivido tan mal porque veníamos equipados con esta ropa de pesca”. A tres o cuatro metros me divisó un artista con el que coincidí un verano construyendo, cada uno, una escultura en el Museo Fantasma.”Bruno - me dijo- ¿sabes que prendieron fuego a mi pirámide de alpacas? Hará dos meses. ¿Cómo puede haber gente así?”
Cogimos el coche y ya había anochecido, los faros iluminaban unos cuantos metros de una carretera de pueblo. Y, entonces, desde la oscuridad, hacia la zona iluminada, salieron varios brazos, varias piernas. Frené de golpe y una sombras agrisadas de lluvia, desde la negritud de la nada rural, se acercaron al coche: ¿Vais para la ciudad?¿Podéis llevarnos? Como tres de mis invitados habían huido mucho antes en otros coches pude dar asilo a tres fantasmas. Uno de ellos era un niño que decía: “Yo creía que las ovejas iban a tocar algún instrumento, una flauta o algo así, o que iban a bailar cruzando las patitas...”
Habían fletado un tren gratuito para llevar a la gente más desorientada e ingenua que vivía en la ciudad y, luego, mojados y cansados, pretendían dejarlos esperando dos horas o más a otro tren. Los descargamos en cualquier sitio de cualquier calle, alegres y contentos, calentados por la luz de las farolas, de estar en la ciudad civilizada, a salvo del arte contemporáneo.
Al día siguiente la portada de los dos periódicos locales se hacía eco de la salvaje acogida que dio la meteorología al concierto de ovejas. La sensación fue la de que lo único que había pasado es que una gran tormenta había caído sobre mucha gente, como si, en realidad, hubiéramos sido concitados para eso, para que el cielo descargase un aguacero sobre nosotros. A decir verdad tuvo gran mérito, el sputnik había conseguido producir un acontecimiento sin necesidad del arte, que no estuvo allí por ningún sitio.
Días después me contó A. que el Comisario intentó reclutarle junto a otros para crear un grupo de violentos que, por la fuerza, robaría el micrófono al tal Cárdenas.
En una noche perdida los de Crónicas, hacia las tantas, sacaron una pequeña burla, parecía que, en el fondo, les dábamos más pena que los pobres tarados de los que se mofaban. Es triste dar más pena que pozí.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Que drámatismo climático. Ya casi había olvidado aquel acontecimiento acuático. El barro anegando los pies y el agua azotando los cuerpos. Como bien dijeste en una ocasión, el naufragio y los supervivientes (como en el cuadro de "La balsa de la Medusa"). Realmente, nadie en su sano juicio se hubiese prestado voluntariamente a acudir. ¿Sería un lapsus colectivo del raciocinio popular?. La vanguardía rural...

enero 03, 2006 5:32 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

no me extraña que estuvieses hasta el culo de tu antigua galeria "rusa"

enero 11, 2006 12:33 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

unos cuentan ovejas para dormir otros,espectadores en los perfomance y los demás escuchamos la lluvia en las noches de vela

enero 11, 2006 12:42 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

una pena que no apareciera el lobo que lleva la música del rebaño en el corazón

enero 11, 2006 2:27 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

si los artistas viesen las orejas al lobo...

enero 11, 2006 2:29 p. m.  

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